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Jessica Sevilla

Por: J. E. G. Moya


INTRODUCCIÓN.

Jessica Sevilla (1988) es una artista-investigadora y gestora cultural radicada en Mexicali,

Baja California. Estudió Arquitectura en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UABC

(2012). Tiene una Maestría en Estudios de Diseño de Harvard Graduate School of Design

con especialización en Arte, Diseño y Dominio Público (2015), y actualmente se encuentra

cursando el Doctorado en Estudios Socioculturales en el Instituto de Investigaciones

Culturales-Museo de la UABC (2022-25), enfocándose en el paisaje de la región delta del

río Colorado.

Su trabajo artístico y académico investiga múltiples escalas de los espacios que habita;

desde el territorio fronterizo en el que creció y que la constituye, hasta el cuerpo. Durante


los últimos diez años, con formas dialógicas y medios como la instalación pública, el video,

la gráfica y la ficción, ha creado piezas sobre las relaciones espaciales de la memoria y el

poder en la región. En su producción más reciente, explora los mecanismos de la ironía y la

apropiación de archivo histórico para confrontar narrativas extractivas del contexto local.

Es docente en la Facultad de Arquitectura y Diseño y, en colaboración con distintos grupos

de trabajo, coordina el Archivo Familiar del Río Colorado—un proyecto colectivo de

investigación artística y curatorial que surgió con el equipo de Planta Libre en 2021.


PREGUNTAS.

Para comenzar, ¿qué te motivó a adentrarte en el campo de la producción artística?


Creo que todo empezó con la película del Titanic (1997). Iba en primero o en segundo de primaria. Me acuerdo que vi esa escena de Jack dibujando a Rose y dije, "Wow, qué padre. ¿Qué es eso? ¡Qué belleza! Yo quiero hacer eso. Yo quiero poder representar las cosas del mundo en un pedacito de hoja con lápiz”.


Entonces empecé a dibujar figura humana, sobre todo femenina. Mis primeros intentos fueron reproducciones de la figura desnuda de Rose y de ahí seguí con otras formas—aunque casi siempre con la figura humana. También dibujaba muchas hadas porque vi una película sobre la fotografía como medio para ver lo invisible, en la que unas niñas hacían montajes con hadas. En Photographing Fairies (1997) nunca sabes qué tant es ficción o documental. Me fascinó, y a partir de ahí empecé a soltar más la imaginación: a inventar mi propio universo en los dibujitos, no solo a reproducir “las cosas del mundo”.


Desde los 8 hasta los 18 años estuve tomando danza clásica. En la adolescencia bailé jazz con Ricardo Zavala, ballet moderno con Guillermo Bedoya, ballet clásico con Noli Belanger y luego, antes de eso, en Tijuana, con Rafael Oseguera.


Pero desde que iba en la preparatoria tengo mucho más claro que me interesa producir representaciones del mundo, pero también pensar mientras hago; pensar con las manos y en la fabricación de cosas. Y digo la prepa porque, en ese entonces, decididamente me metí a todos los talleres de artes visuales que había donde estudié. Me metí a Pintura; tomé Fotografía como oyente, sin créditos, con la profesora Odette Barajas; y también me metí a Cine con Cristina Herrera Bórquez.


Me acuerdo del rally de foto que organizaba la profesora Odette Barajas. Ella me enseñó lo que hace el ensayo visual, el ensayo fotográfico. Hacía este evento en el que nos daba una serie de pistas y entonces nosotras teníamos que interpretarlas. Eran unos enunciados medio metafóricos. Manejábamos alrededor de la ciudad y buscábamos interpretar las metáforas con imágenes. Generalmente partíamos del centro histórico. Nos daba una pista en un sitio, luego la entregábamos en otro lugar, y ahí nos daba la siguiente pista. Y así andábamos moviéndonos, deambulando, haciendo derivas por la ciudad para tratar de responder en una hora y generar esa imagen.


Según yo, quería ser pintora. Pero luego, al final de la prepa, en esos talleres donde reflexionábamos sobre el futuro y las condiciones materiales de nuestras familias, del mundo, etcétera, decidí estudiar arquitectura.


Cuando estuve en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UABC, hace como 15 años, tuve el privilegio de coincidir con unos compas muy proactivos, con los que me uní en un grupo que se llamaba Colectivo Artenativo. Quien lo coordinaba era Eddy Van, el tripa (Edgar Hernández). También estaban Alejandro Alfaro y Héctor Ruiz, el ChaoChato. Aprendí con ellos, con mucha comodidad, a organizar y hacer cosas—con la idea de que las personas en Mexicali se sumaban fácilmente a los proyectos e iniciativas colectivas. Tal vez era ingenuo pensarlo, pero al menos en la Facultad yo sentí que sí existía ese rebote y espejeo constante de ideas y proyectos.


Ya que comentas sobre unas de tus colaboraciones, ¿Cómo nacen las colaboraciones

que has realizado recientemente y cómo se manejan?


Generar un espacio de diálogo y colaboración horizontal es un ideal utópico, porque siempre hay relaciones de poder. Y siempre hay intereses de por medio. Cada cabeza es un mundo y tiene intereses distintos. Pero precisamente, porque te digo que estudié arquitectura, al final de mi carrera me fui inclinando e interesando mucho por el tema de la ciudad, por el territorio y lo que implica lo común. Por la posibilidad de organizarnos en función de esos intereses comunes, en lo que llamamos espacio público: las calles, las plazas, los parques, la infraestructura social y cultural, incluso en lo intangible de la identidad y los significados que le atribuimos al entorno que habitamos.


Pensar en el espacio público, en incidir en él, implica obligatoriamente pensar en estructuras horizontales y participativas. Una de las grandes discusiones que hay en torno a la ciudad es sobre ese conflicto eterno de su producción; el conflicto entre las decisiones que se toman “desde arriba” y las que vienen “desde abajo”. En las decisiones autoritarias, o de tokenismo, un poder impositivo diseña y decide. Y al conjunto amplio de ciudadanos o de comunidades, si acaso, solo se nos otorga una consulta. Que digamos: "bien, sí acepto el parque que me vas a hacer". Quizá un "no acepto". Pero eso no es involucrarnos a las personas o a las comunidades en un proceso participativo. Hay una tabla que me gusta mucho para explicar estas relaciones: The Ladder of Citizen Participation, de Sherry Arnstein.


De esas reflexiones y saberes, que vienen de la planeación urbana participativa de los sesenta, transfiero algunos deseos hacia la práctica artística que empecé a pulir en aquel entonces. Esa práctica, o esos primeros ejercicios que elaboré después de mi maestría, vienen muy informados por el ejercicio del diseño del espacio público.


Después de la maestría conozco a Denahí Valdés, Minoru Kiyota, Nicolasa Ruiz y Giancarlo Reyes Olguín. Nos conocemos y hacen chispas las conversaciones que tenemos sobre la ciudad. Empezamos este proyecto que se llamó Algo por el Centro, una asociación civil y plataforma que operó un par de años y sirvió para seguir explorando el Centro Histórico, para reconocer los valores de la zona, organizar caminatas, talleres de observación, pero también para imaginar qué sucedería con los procesos eventuales de gentrificación en la zona.


En esos años también trabajé en el Instituto de Investigaciones Culturales-Museo, en el área de educación, programación pública y mediación de las exposiciones. Desde ahí tuve la oportunidad de organizar el área infantil y juvenil de la Feria Internacional del Libro de la UABC, en donde se trabaja mucho con teatro. Entonces, fue riquísimo trabajar con actores, directores, con la guionista, que generalmente era Elma Correa, pero también con otros escritores y actores como Saúl Bautista, o con el poeta y gestor cultural Antonio León, quién coordina el área juvenil de talleres. Fue una experiencia super chila de trabajar en grandes equipos. Aunque tenía rol de coordinadora y las responsabilidades administrativas recaían en mi figura, en Servicios Educativos casi siempre se tomaban decisiones consensuadas con Brenda Méndez y Marco Jaramillo.


Tuve un paso breve por el ayuntamiento y, en 2021, me habla Minoru para ayudarle a pensar cómo reactivar Planta Libre durante la pandemia. Y con gusto pienso con él, con la artista y curadora Mayté Miranda, quien llevaba alrededor de un año trabajando en Planta y Rosela del Bosque, que acababa de regresar del centro del país de terminar su licenciatura en historia del arte. Entonces, a partir de ese tiempo es que apoyo a la Planta para armar un planteamiento de trabajo, bajar un fondo del FONCA y reactivar el espacio. El fondo pega y tenemos un capital semilla para producir algunos eventos. Desde ese fondo surge el proyecto del Archivo Familiar del Río Colorado. Arrojo a la mesa algunas preguntas y quizá sugerencias, o ensoñaciones, sobre cómo podría ser un programa anual de trabajo y pensamiento en un momento de urgencia política como la pandemia, en el que además no podíamos organizar nada en interiores.


Ante esto planteo, ¿cuál es la postura de un espacio que genera discusiones, que tiene la oportunidad de ser plataforma para poner las palabras y las ideas en el mundo?, ¿qué conversaciones quiere tener en un momento como ese, en los espacios públicos de la ciudad? Cuando eran más evidentes que nunca las dinámicas del poder necropolítico sobre el planeta y sobre la región que habitamos. Entonces, empezamos a desarrollar una serie de actividades, programas y activaciones, particularmente en ciertos paisajes de la ciudad. Uno de ellos, el río Nuevo, había sido también un sujeto de discusión y de interés en años previos con Minoru y Denahí, en la época de Algo por el Centro. Registro de una de las caminatas realizadas durante el proyecto Archivo Familiar Río Colorado. Archivo de la artista.


Moviéndonos a tu práctica con archivos, ¿qué métodos tienes para recolectarlos, que

cuidado les das y cómo los empleas en tu producción?


Por un lado, Jessica, su voz individual, tiene una práctica reflexiva. Aunque ninguna práctica es del todo individual, porque las ideas vienen del mundo y siempre se piensa con otrxs autorxs, al fin sí hay un segmento de mi práctica que surge desde el ejercicio introspectivo. Que surge estando sentada con mi compu, haciendo mis ensayos visuales y textuales, o construyendo algo con mis manos. Eso surge con unas herramientas, digamos—adquiridas con otrxs—pero incorporadas en un lenguaje propio. En ese lenguaje tengo formas particulares de relacionarme con los archivos. Pueden ser formas más desenfadadas e incluso irreverentes, porque ahí sólo yo tengo la responsabilidad de mi voz – y puedo ser más osada. Por otro lado, cuando trabajo en la gestión, en la organización cultural y la curaduría de programas y exposiciones, hay otro tipo de herramientas y dinámicas. Disponemos de las herramientas de todas, las ideas se tejen en espejeos y consensos. Y, además, creo que los proyectos comunes deberían tener objetivos específicos más claros que los individuales. Así como acuerdos sobre alcances y éticas de trabajo.


En el caso de los proyectos colectivos actuales, cuando trabajamos con el Archivo Familiar del Río Colorado hemos recopilado historias orales en distintos lugares de la región delta, que abarca desde el Salton Sea en el Valle Imperial de California, hasta la desembocadura del río en el Alto Golfo. Hemos recibido archivos de memorias, anécdotas y especulaciones, en forma de imagen, texto, dibujos, mapas, memes y audios. Hemos propiciado plataformas y lugares de encuentro entre artistas, creadores, ciudadanos, organizaciones y otros proyectos locales interesados en recuperar la memoria de lugares, de luchas comunitarias y territoriales. De estos encuentros han surgido piezas artísticas, fanzines, caminatas, exposiciones, o a veces, solamente conversaciones y reconocimiento mutuo entre intereses comunes.


En ese caso, hemos platicado, decidido y asumido la responsabilidad de ser muy cuidadosas con todos estos documentos, con esa memoria y con las múltiples voces con las que hemos entablado diálogos. Esto porque tenemos conciencia y conocimiento de lo voraz que puede ser la esfera pública en donde se divulga conocimiento—tanto en el mundo del arte como en la academia. De las apropiaciones que vienen después de que cualquier tema tiene cierto posicionamiento. Y también porque sabemos que estos relatos podrían tener unos fines y unos usos que no son los de nuestro interés. Al Archivo Familiar del Río Colorado no le interesa, por ejemplo, que la memoria del río sea instrumentalizada por instituciones o actores que promueven la privatización de ecosistemas, del agua, del espacio, e incluso del relato.

Por otro lado, como decía antes, en la práctica artística personal, mis ensayos y manejos de archivo pueden ser más desde el ombligo. Ahí sí, mayormente no trabajo con archivos o historias orales de vecinos, ni de miembros de la comunidad. Me gusta más apropiarme de discursos hegemónicos de compañías: jugar su lenguaje y sus formas para subvertirlos.

Puedes ser irónica y puedes jugar con ellos para cuestionarlos, para evidenciarlos, para imaginarlos más macabros o para ponerlos en ridículo. Con mis archivos personales también tengo otra facilidad de manejo; a mi memoria y a mis fotos les puedo editar según la lógica, o falta de lógica, de mi propio estómago.


Lo que cuentas me recuerda a tu obra “Solicitud para el establecimiento de industrias turísticas, de innovación científica y desarrollo económico sustentable en la Laguna Salada”, ¿podrías contarnos de ella?


Sí, cuando empezamos el proyecto del Archivo Familiar del Río Colorado encontré una carta que me llamó la atención por varias cosas. Primero, porque la Laguna Salada es un lugar muy vasto, muy evocador y lleno de sueños y proyecciones. Entre esos sueños, hay una serie de proyectos de gran escala que se imaginan hartas cosas sucediendo allí: proyectos vigentes, proyectos contemporáneos y muchos proyectos que quedaron siendo de papel— deseos enterrados en archivos.


Entre ellos está esta sugerencia del señor Peter H. Barnes de 1916, que quería construir un resort en la Laguna Salada. En ese entonces la Laguna Salada tenía agua y él se imaginaba que podía hacer un desarrollo turístico similar al que existía en Venice Beach. Le pide al jefe del político y gobernador del Distrito Norte, Esteban Cantú: "Oiga, usted aquí, si me hace caso, puede ganar tanto dinero como yo. Solo le pido una carretera. Yo me encargo de lo demás". Y me parece sencillo apropiar toda esta solicitud combinándola con un proyecto actual— más bien con una serie de proyectos y los deseos actuales, en plural, que parecen medio distópicos para mí, pero quizá no para algunas personas. El proyecto de Tres Mares, que pretende bombear agua del golfo hacia el Salton Sea, vía la Salada; los parques de surf de olas artificiales; los proyectos de desaladoras en el desierto, etcétera.


En esta ficción también incorporo, de manera periférica, el tema del litio, porque hay estudios que sugieren cierto potencial en la zona. Al final de la carta aparece un juego con la idea del “oro blanco”: el algodón, el litio y cierta sustancia que nunca sabemos bien qué es, pero podría ser la memoria.


Entonces, en este ejercicio suceden muchas cosas. Creo que soy medio barroca en estos ejercicios de ensayo visual. Hay tantas referencias que quien quiera leerlas, desglosarlas y desmenuzarlas, cacha. Si no, pues encuentras una, te pierdes las otras y tampoco hay problema. Pero en ese momento que lo armé se me antojaba así: meter la metralleta de referencias y sub-textos de chisme local que estaba encontrando en esos días de indagación de archivos y platicas en la ciudad.


Y, pues, desde luego que la voz en esta ficción es una inversionista que se llama como yo, pero tiene el apellido del señor Barnes. Y le habla a la señora gobernadora, en lugar del coronel Esteban Cantú, que es a quien se le dirigía el archivo original.


Volviendo un poco al inicio, ya que tienes cercanía a varias disciplinas ¿Cuáles son tus procesos que te llevan concluir tus piezas en ciertas técnicas?


Creo que mis procesos son muy intuitivos. Pero luego lo intuitivo también puede ser que recorra caminos conocidos. Así que también procuro ser analítica y autocrítica; ponerme en duda cuando inicio con un impulso—para asegurar si quiero ir por aquí o mejor por acá. Entonces me nutro de lecturas y tal vez de otros proyectos. Pero, sobre todo, últimamente, me voy más a los archivos viejitos, como de 1600: de tratados alquímicos, pre-científicos y filosóficos.


Me gusta sí mezclar herramientas y caminar por muchos mundos, pero siento que no soy experta en nada. Sí puedo dibujar, pintar o escribir. Lo hago, pero no con toda la maestría. Creo y procuro ser suficientemente disciplinada para hacer algo que me agrade. Porque además respeto mucho la técnica y el expertise de todas las disciplinas, los campos y las metodologías de cada una de ellas.


Pero de repente, para mí, el ejercicio del arte es jugar y explorar. Es expresivo y difuso. Tengo, al mismo tiempo, el deseo de comunicar desde el centro de mi ombligo, y de mirar el mundo exterior tratando de hacer sentido de él. Y en ese conflicto constante entre entender lo otro y autoconocerme, pues me permito crear sin mucho apego disciplinar. Las últimas del desierto, fragmento de la obra de Jessica Sevilla. Archivo de la artista.


Por último, ¿tienes algún proyecto en proceso o algún proyecto en mente que te gustaría realizar a futuro que nos puedas comentar?


Yo siento que puedo seguir haciendo ensayos, ejercicios visuales, pensando con compas. Eso casi que lo tengo “sincho”. Es un deseo: darle continuidad y operar en un bucle de pensamiento y praxis con compas. Es decir, pensar juntas, luego soñar juntas, y después hacer las cosas con las herramientas que tenemos. Eso, de cajón, de ley.

Pero hay una cosa más, que ya es aspiración, que no sé cómo sería, y quizás le estoy pidiendo demasiado a estos ejercicios. Me gustaría que, más que leerse y generar un efecto emocional breve en los lectores, o en los escuchas, o en quienes estemos allí participando de esa conversación o recepción de una obra artística… Ojalá los proyectos pudieran hacer más cosas. Tal vez estoy pensando fuera de los alcances tradicionales del campo del arte, porque para eso también existe la militancia, la acción directa y la organización política, ¿no?

Pero sí me imagino que debe ser posible hacer un traslape entre esos efectos y esos afectos que genera el objeto artístico, y lo que hace la acción directa en el en el espacio público: en la tierra, en el territorio, en los medios de divulgación, en la esfera pública… o directamente en cómo opera el espacio de la ciudad, ¿no? O de la ley. Estoy diciendo un chorro de campos, pero eso es algo que me gustaría seguir pensando.


No creo que el arte vaya a cambiar la realidad por sí mismo, pero definitivamente creo en la importancia y continuidad del pensamiento utópico. Me gusta mucho esa ingenuidad del proyecto utópico. Y ojalá pueda seguir envejeciendo sin perder esas ganas de ser ingenua, y de pensar que podemos gestionar y articular proyectos así: que no tengan una sola disciplina, ni una sola voz; que se desborden de las formas que conocemos; que reconozcan como troncal el poder de la emoción, de los afectos y de las relaciones con lo vivo para hacer cosas en el mundo. Concretamente, no solo para imaginar, sino para estar maqueteando proyectos de emancipación en oposición al sistema acumulador y violento en el que vivimos.

 
 
 

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