SAUCISSE Y ESCARGOT

El trabajo de Valeria Ortega nos obliga a considerar el tejido. La carne es la preocupación principal de sus pinturas, carne cuya variedad de textura nos recuerda que nosotres, también, somos artículos devorables, en nada diferentes de aquello que comemos. Aquí es imposible olvidar que el huevo es un cigoto de pollo, la salchicha de Toulousse una pulpa de animal ex-vivo. Es un torzón de pura realidad.
Ortega no se ha detenido sólamente en el cuerpo muerto. El tejido vivo en contacto humano forma, más allá de una simple metáfora, una conexión tan básica que parece inevitable, y al mismo tiempo llena de un deseo más allá. Tocar no es suficiente: para satisfacer al artista y sus sujetos - sus autorretratos, sus amantes y su familia - es necesario una mezcolanza de colágenos, que sus articulaciones se muevan en unísono. En sus obras pandémicas y prepándemicas, confrontamos la realidad de la separación y la idealización de la conexión: por una parte, sus seres queridos y elle misme nos presentan pilas de packers, por otra, se mezclan en cuerpos al punto de compartir cicatrices.
La unidad básica del artista trans es el cuerpo propio. Valeria Ortega nos recuerda que lo único que nos hace diferentes es la separación.