Por: Jorge Damián Méndez Lozano
El artista plástico Ramón Carrillo Romero [Mexicali, Baja California, 1957-], a lo largo de más de 25 años de trayectoria, ha construido una obra pictórica que tiene como protagonista a la ciudad de Mexicali, la cual ha fraccionado en dos puntos de interés: el paisaje urbano y su periferia rural, así como la población que habita las zonas de exclusión y marginación social en la frontera: indigentes que hurgan en botes de basura, pordioseros agonizantes, pepenadores de chatarra que cotidianamente huyen de la incertidumbre alimentaria, paisanos deportados en situación de calle, enfermos mentales que caminan sin rumbo. En suma, seres que son postales ambulantes del infortunio y la desgracia en las calles del Centro Histórico de Mexicali, los alrededores de la línea fronteriza y cualquier edificio del área a punto de colapsar y desaparecer.
Ramón Carrillo, como se le conoce en el gremio artístico, fue ganador en el 2015, en la categoría de dibujo, de la XX Bienal Plástica de Baja California, organizada por el Instituto de Cultura de Baja California, con la obra No me gustó el postre, la que forma parte de la serie "Entre migrantes y deportados que deambulan por las calles de esta frontera". El pasado mes de abril de 2024 clausuró su exposición Antojitos cromáticos de pastel y acuarela, en el Centro Estatal de las Artes de Mexicali. Dicha exposición, explicó al autor, fue solamente un adelanto, un entremés de una exposición en formato mayor que está en etapa de preparación y afinamiento para ser exhibida en los próximos meses.
Durante la década de los años ochenta, Ramón Carrillo fue discípulo de la generación pionera de la plástica mexicalense y bajacaliforniana como Carlos Coronado Ortega (Ciudad de México 1945-), Salvador Romero González (Dolores Hidalgo, Guanajuato, 1939-Mexicali, Baja California, 1990), José García Arroyo (Jaral del Progreso, Guanajuato, 1943-Mexicali, Baja California, 1988) y José Luís Castillo (s.d.; miembro, en Mexicali, del Círculo de Escultores y Pintores, A.C.). Para hablar sobre su trayectoria en las artes plásticas nos reunimos en el taller de pintura de la Casa de la Cultura Mexicali, ubicada a veinte metros de la línea fronteriza, en un edificio neoclásico que data de 1916.
Minutos antes de comenzar la entrevista en el segundo piso del recinto, en un aula con ventanas que dejan pasar el ruido del tráfico de la calle Francisco I. Madero, el artista plástico, que en ocasiones se pasea sobre el rigor del hiperrealismo y el fotorrealismo, declara: «En todas mis obras está presente la parte social, ese es el cordón que las conecta. Mexicali, creo, es la parte importante, por eso, por más que quiera hacer cosas distintas siempre me ligo a lo local, a lo que es la ciudad, a lo que es de aquí».
―Usted nace y crece en Mexicali, ¿qué tipo de acercamiento con el dibujo y la pintura tuvo como niño fronterizo?
―De niño trataba de ser como cualquier otro chavo. Me gustaba mucho jugar futbol y más o menos destaqué. Luego, en la escuela, jugué basquetbol, pero me di cuenta de que mi físico no ayudaba y de que no tenía la habilidad ni el dinamismo. A los ocho años me empezaron a jalar ciertas inquietudes con las imágenes, a raíz de los comics y los dibujos animados que en aquel tiempo les decíamos caricaturas. Por ahí comenzó el gusto por dibujar a los personajes de los Looney Tunes, del Pájaro Loco o qué sé yo. Estoy hablando de mediados de los sesenta, a los niños de esos años, aquí en la frontera, nos tocaba ver las caricaturas los sábados en la mañana en canales americanos de Yuma, Arizona y El Centro, California; era lo que había en la televisión. Recuerdo que miraba Bugs Bunny, El Pato Lucas, Los Picapiedra; yo no hablaba en inglés, pero me entretenían las escenas, los muñequitos y ahí empezó mi gusto por dibujar a los personajes de las caricaturas. Creo que la mayoría de los que andamos en esto del arte iniciamos en la primaria porque los maestros nos elegían para apoyar en las fechas conmemorativas: dibujar a Benito Juárez o las torres petroleras del 18 de marzo; pintar la bandera el 24 de febrero o hacer el periódico mural para el 16 de septiembre.
―¿En qué momento se encontró por primera vez con un cuadro, con una pintura de arte?
―Yo tenía como 13 años y mi padre trabajaba en unas oficinas con un almacén de una dependencia, del gobierno del estado, que se encargaba de inventariar muebles que se daban de baja en las oficinas; los guardaban y proveían muebles nuevos. Las oficinas estaban aquí en la zona centro, en la calle Altamirano, enfrente de unas tiendas de curious donde todavía venden huaraches, sarapes, cazuelas de barro, sombreros. A veces iba al trabajo de mi papá porque yo era amigo de unos cuates que vivían por ahí cerca. Un día me metí al enorme almacén; todo en silencio, sólo escuchaba mis pasos y estaba muy oscuro, pero entraba luz por una ventana y vi unos cuadros que habían quitado de una oficina a la que le habían cambiado el mobiliario. Uno de los cuadros me llamó la atención, aún lo tengo grabado en mi mente. Después supe que era una reproducción de una pintura [Los novios de la Torre Eiffel] de Marc Chagall [Liozna, Bielorrusia, 1887-Saint-Paul-de-Vence, Francia, 1987]. Es la imagen de un gallo que tiene un ojo de persona y que está volando y en el cuerpo tiene a una pareja de novios; la imagen del gallo fue un personaje que usó mucho Chagall. En ese momento me llamó mucho la atención la composición, los colores, se me hacía con mucha magia la imagen. Después de eso me fue llamando la cuestión del arte y empecé a buscar en enciclopedias a los grandes pintores europeos; me llamaban mucho la atención.
―¿Cuál fue la primera pintura que realizó, una vez que dejó atrás la temática de los cómics y los dibujos animados?
―Creo que el primer cuadro de pintura lo hice a los 13 o 14 años, fue con acrílico o pintura de agua, como le decían. Pinté a uno de los personajes renacentistas de las pinturas de Miguel Ángel [Caprese, Italia, 1475-Roma, Italia, 1564]. Me gustaba mucho mirar enciclopedias y libros de arte, entonces, por ahí inició mi curiosidad por el arte, porque me gustaba mucho la figura humana; eran composiciones muy diferentes a las de los dibujos animados; composiciones extrañas que a la vez me llamaban la atención: volúmenes, musculatura, anatomía. Generalmente en mi obra siempre está presente la figura humana y de hecho mi pintura tiene una tendencia más realista, un contenido más de crítica social. Siempre trato de mostrar la problemática social que nos rodea.
―Estamos en la Casa de la Cultura donde por casi 10 años fue alumno y ahora, durante 30 años, ha sido el titular del taller de pintura ¿cómo pasó de alumno a profesor?
―Un día, en 1981, miré una publicidad en donde se ofrecían talleres de artes plásticas y vine a pedir información. Quería entrar a pintura, pero estaba lleno el grupo y sólo había una vacante en dibujo artístico a cargo del maestro José Luis Castillo y entré. Al terminar el periodo me cambié a pintura y desde ahí seguí como alumno en distintos talleres. Fui alumno del maestro José García Arroyo, quien luego de tres años de ser mi maestro se fue a trabajar a La Granja [Centro de Internamiento para Adolescentes Mexicali] y en sustitución llegó el maestro Salvador Romero [integrante del Partido Comunista Mexicano y alumno de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda y la Academia de San Carlos; formó parte del Taller de Gráfica Popular, taller heredero del legado del grabador y caricaturista mexicano José Guadalupe Posada], él venía de fuera, era grabador de los grandes del país y tenía tendencias políticas de izquierda; él me decía que yo tenía un paso ganado porque ya sabía dibujo, pero que necesitaba aprender las técnicas del grabado para expresar mis ideas. Después llegó el maestro Carlos Coronado y me quedé con él en el taller de pintura. En 1990 Coronado se fue a trabajar a CONALEP [Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica] y me pidió que me quedara a cargo del taller de pintura. Yo no tenía experiencia como docente, pero el maestro confiaba en mí y me puso a prueba y así poco a poco me fui enganchando en las clases. En un trabajo anterior que había tenido con un arquitecta tuve la oportunidad de dar una clase de cielos al pastel con sus alumnos de arquitectura y les expuse, los enseñé a usar los materiales, los enseñé a usar los difuminos y fue muy interesante.
―Previo a su trabajo como maestro de pintura de tiempo completo, ¿qué otros trabajos realizó?
―Estudié hasta segundo de preparatoria y trabajé en un laboratorio de mecánica de suelos haciendo pruebas de terracería, arena, concreto, asfalto; muy apasionante y emocionante, me gustaba mucho porque había que salir a realizar trabajo de campo y sacar resultados en el laboratorio; ahí estuve alrededor de nueve años, pero lo mío era el arte. También trabajé en la junta local de caminos; ahí supervisaban caminos y carreteras y las reparaban; yo era el dibujante técnico y pasaba en limpio los dibujos de los ingenieros civiles y los topógrafos. Luego por recomendación me fui a la SAHOP [extinta Secretaria de Asentamientos Humanos y Obras Públicas] y lo que hacía era ayudar a realizar las láminas presentación de los proyectos arquitectónicos, ilustraba fachadas o perspectivas, etcétera; todo ese campo lo manejaba la arquitecta con la que yo estaba; yo ayudaba y ponía la parte creativa y artística.
En las mañanas me dedicaba al dibujo técnico en mi trabajo y en las tardes me incorporaba a los talleres de pintura. Me gustó mucho conocer la parte artística y la parte técnica: elaborar un plano, armar un legajo de planos y representarlos, titular los diseños que se hacían, dibujar la distribución eléctrica, la distribución sanitaria, la estructural; aprendí a poner notas, referencias; todo eso lo aprendí. Luego, cuando llegaron las computadoras e íbamos a pasar de elaborar los planos a mano a elaborarlos con el programa Autocad, tuve que decidir entre quedarme después del horario de trabajo a aprender a usar el Autocad o venir aquí a dar clase de pintura y pues, me jaló más estar aquí y no me arrepiento, aquí estoy bien.
―Elementos ornamentales de un paisaje urbano (1997), es una pintura temprana de su autoría que advierte sobre un tema central en su obra, me refiero a los personajes que habitan la marginalidad social en la frontera; ¿de dónde nace ese interés?
―Desde que era niño me ha tocado ver todas las etapas de crecimiento de la ciudad y siempre me han interesado sus personajes. La ciudad se empezó a transformar y dejó de ser la que a mí me tocó en mi etapa infantil y juvenil. En aquellos años, por ejemplo, no me tocó ver tantos indigentes ni enfermos mentales deambulando en la calle; de repente, con los años, empezaron a multiplicarse en la ciudad por distintos motivos. Pienso que esas personas se comportan así porque fracasaron y no se integraron a esa vorágine que es el crecimiento de una ciudad; una ciudad que los devora, absorbe y domina hasta atraparlos y hacerles perder la razón; bueno, esa es mi idea. Elementos ornamentales de un paisaje urbano habla de los indigentes de la calle, de cómo los migrantes llegan a Mexicali con la perspectiva de irse a Estados Unidos, pero el dinero se les acaba y no pueden pagarle a alguien que los cruce por la frontera y al mismo tiempo no quieren quedarse aquí, pero tampoco quieren trabajar. Ellos quieren irse al otro lado y se les va haciendo un problema muy complicado hasta que poco a poco se arraigan y la ciudad los va absorbiendo, devorando, hasta atraparlos en la calle, en la banqueta, en el muro fronterizo que no pueden cruzar; esa es la metáfora de la pintura.
Además del paisaje urbano, los personajes de la urbe también son parte del paisaje, del entorno. A veces uno los ve como ver un semáforo o un señalamiento de Alto, como algo que no volteas a ver porque ya es parte de la costumbre, ya no los ves como un fenómeno social, pero a mí los personajes se me hacen muy interesantes.
―¿Cómo es el proceso de registro de los personajes de la calle que después forman parte de sus pinturas y dibujos?
―Salgo a la calle y los observo, no tomo fotografías, no necesito tanto, cualquier cara parecida con alguien real es mera coincidencia. Todos los personajes que pinto y dibujo son de mi imaginación, no me cuesta nada hacerlo porque observo mucho a los indigentes y no hay tanta variación de unos a otros. Son los mismos rasgos, la mirada perdida, vacía, en fin, los veo y hago anotaciones y después sale de ahí un personaje y luego viene la composición. Es una manera ya bien hecha por mí y una vez que empiezo sale uno, sale otro y otro y agarro un proceso para ir construyendo toda una serie. Alguna vez alguien me dijo, no recuerdo si fue el maestro Coronado o el maestro Benavides, que yo era una especie de cronista de la ciudad, pero gráfico, pictórico.
―Para usted, en términos pictóricos, ¿qué significa la frontera Mexicali-California?
―Tengo dos años que no cruzo a Estados Unidos porque se me venció mi visa, pero he hecho bocetos y apuntes de dibujos de los campos agrícolas del Valle Imperial [sur de California]. Las personas de Mexicali tienen la costumbre de ir de compras al centro comercial que está en Heber [Imperial Valley Mall]. Hay un camión que te lleva de Caléxico al centro comercial y en el camino pasa por varios campos de cultivo. A veces, en ciertas temporadas, puedes ver ovejas pastando, todo ese paisaje despierta mi deseo de bajarme del camioncito y sentarme a dibujar, pero no puedo porque tengo que regresarme a trabajar a Mexicali. Algún día voy a sentarme a dibujar desde algún ángulo uno de esos pueblitos o campos del Valle Imperial; me gustaría pintar esa tranquilidad, esa relajación.
Ahorita como está la situación pienso que todas las fronteras de México están igual; todas tienen la misma problemática. La frontera que a mí me tocó vivir en mi juventud era muy diferente a como es ahora, aparte, no nos llegaba tanta información de otras fronteras como Ciudad Juárez, Coahuila o Tamaulipas. Yo creo que cada frontera tiene una problemática diferente, al final todas coinciden en que son lugares por donde pasa la persona que quiere irse a vivir o trabajar a Estados Unidos, pero cada frontera tiene sus particularidades que las hace destacar, como Mexicali, con su clima extremo hace que sea una frontera con características muy especiales.
―¿Qué posibilidades ofrece el desierto de Mexicali, pictóricamente hablando?
―El desierto tiene su magia y es muy interesante, pero depende de con qué ojos veas la parte plástica de esos contrastes, de esos parajes, de esa aridez del desierto. Darle su valor al desierto, para que el público pueda apreciarlo en toda su fuerza y magia, depende del ojo del artista, de la técnica que use para representarlo, del ángulo que use para destacarlo, valga la expresión, de cómo lo vistas para que luzca. Es como cuando vas a una fiesta y te pones tu traje de gala o tu smoking porque esa es una manera de que te vea la gente desde una posición. El artista debe tener el ojo muy afinado y debe ser capaz de plasmar sus emociones, su feeling, en cada pincelada a partir de los colores, el contraste, las luces, las sombras. Hay que ser muy honesto a la hora de pintar para poder disfrutar el cuadro. Es como cuando te estás comiendo un platillo que te gusta mucho, así debe disfrutarse una pintura cuando la estás elaborando.
Trayectoria artística
Entre las exposiciones de Ramón Carrillo destacan, en 2001, "Obra pictórica y gráfica de Ramón Carrillo", en el Centro Cultural de la Raza, en San Diego, California; en 2002, junto al artista visual Gregg Stone (Los Ángeles, California, 1952-) expuso "Norte y sur de la frontera", en la galería Country of Contemporary Art, en Santa Ana, California; en 2008 vino "Building Bridges", en el consulado de México en Los Ángeles, California; de manera colectiva participa, en 2012, en "Maldita frontera", en la galería Country of Contemporary Art, en Santa Ana, California; luego, en 2014, expone su retrospectiva "Apuntes dibujísticos en grafito y tinta de una panorámica urbana", en el Centro Estatal de las Artes, Mexicali; en 2016, en la galería Country of Contemporary Art, de Santa Ana, California, participan en la exposición colectiva "Chicali 13" y en 2017 forma parte de la exposición "Doce historias", como parte del 12 aniversario del Centro Estatal de las Artes, Mexicali, junto a 11 artistas mexicalenses. Finalmente, en el 2018, por su trayectoria artística recibe la presea Instituto Tecnológico de Mexicali en la categoría de Artes.
La obra de Carrillo forma parte de los libros Las rutas de la luz: el paisaje de Baja California (UABC, 1955), coordinado por Gabriel Trujillo Muñoz y Aidé Grijalva Larrañaga; Blancos móviles: ensayos y crónicas sobre el arte en Baja California (UABC, 2007), del artista plástico Rubén García Benavides; Frontera y arte: acercamiento discursivo a obras producidas por artistas mexicalenses (ICBC, 2013) de la fotógrafa y documentalista, Paulina Sánchez; Ciudad nuestra de cada día. La urbe y sus artistas (UABC, 2018), del escritor Gabriel Trujillo Muñoz.
―¿Cuáles son los espacios urbanos de Mexicali que le atraen por su capacidad para evocar emociones o que le son interesantes por el contexto que los atraviesa?
―Todas los espacios de la ciudad son interesantes, pero depende del ángulo desde el que los vea con respecto a la luz. Soy un artista que necesita tener una buena luz, cierto ángulo que haga levantar la imagen en el entorno en donde se ubique; porque no a todas horas aquello que veo rutinariamente lo veo con el mismo perfil plástico, artístico, sino que tiene que haber ciertas condiciones. Hay temporadas del año donde luce más la luz, por ejemplo, me gusta la luz de octubre, de noviembre y marzo; son los mejores meses para tomar fotos o para hacer paisajes. La mejor hora de la luz puede ser cuando está en contra o a favor; me gusta el sol de espaldas, en contra o lateral, depende de lo que esté buscando y de lo que me llame la atención de ese momento. Miro mi entorno y digo: "Aquí hay un cuadro, aquí otro y aquí hay otro", y nadie me quita esa idea, entonces, al otro día vuelvo a ese lugar, a esa hora, a buscar ese ángulo de luz. En mis cuadros siempre está presente la influencia del ángulo de la luz. Por ejemplo,
un día primero de enero en la mañana estuvo muy contaminado porque el 31 de diciembre se tronaron mucho cohetes y como no hizo viento, el humo se quedó suspendido en el ambiente, Recuerdo que salí a la calle a buscar algo para comer, pero todo estaba cerrado y pasé por el jardín de rectoría de la universidad y el humo hacía que Mexicali se viera como otra ciudad, como si fuera otro país. Me gustó mucho la atmósfera y ver cómo la luz se filtraba entre los árboles desnudos y una que otra hoja; y un camión blanco y negro al fondo. Tomé una foto y después hice un cuadro [el resultado fue una pintura fotorrealista].
―Su obra Panorámica (1994), en mi opinión, es un ejemplo de lo que sobre usted escribió el pintor Rubén García Benavides (Cuquío, Jalisco, 1937-): "Carrillo madura su pintura a partir de ambientaciones lumínicas que recogen instantes". ¿Cómo surgió esa pintura?
―Una mañana iba para El Indiviso [localidad ubicada en el extremo sureste del Valle de Mexicali], yendo hacia el Golfo de Santa Clara, ya que trabajaba en un laboratorio y teníamos que hacer unas pruebas de suelo para un camino que se iba a construir del Kilómetro 57, hacia El Indiviso. Iba en la carretera y vi un llano y unas casitas de madera y la luz del sol que estaba cayendo en ese momento me hizo verlas más atractivas y se me vinieron a la mente cuadros de otros artistas y pensé que en ese paisaje había un cuadro para ser pintado. A partir de ahí comencé a hacer ese cuadro con textura; ese fue el primer cuadro que vendí. Lo vendí al dueño de una galería en San Diego [California], en 750 dólares. Esa fue mi primera satisfacción porque a partir de esa obra me empecé a proyectar hacia afuera de Mexicali.
―Con rumbo al pueblo (1993) es una acuarela sobre papel donde se representa uno de los tantos canales de riego agrícola del Valle de Mexicali, ¿por qué el interés, poco común, en ese tipo de paisajes?
―Del Valle de Mexicali me gusta mucho la zona de los canales y de los drenes porque me gusta mucho el color del agua, medio verdosa, que contrasta con la vegetación y los reflejos del cielo azul. Me gusta ver los campos agrícolas abiertos y los arbustos que están alrededor o a la distancia y que dan lejanía y atmósfera al paisaje. No toda la parte del agro me llama la atención, primero tiene que haber un contacto, algo que me despierte. Voy en auto por el valle y veo algo, me detengo y comienzo a ver el paisaje desde distintos ángulos hasta que encuentro lo que estaba buscando. Siempre trato de encontrar posiciones y ángulos desde donde se verá más plástico el paisaje, más vivo, por ejemplo, un conjunto de arboledas. Otro paisaje que me gusta del valle son los caminos rurales por donde llegan en auto las personas a sus casas; me gusta que se vean las pisadas de las llantas en la tierra, eso, con la posición del sol y su reflejo y el brillo de la luz sobre las pisadas de las llantas, todo eso es muy interesante.
―Al inicio de su carrera, en 1991, expuso en la muestra colectiva "Baja California: mitos antiguos, mitos modernos", en el Centro Cultural Tijuana. Cuatro años después participó en "Ritos de pasaje en la frontera", en el Centro Cultural de la Raza, en San Diego, California. ¿Qué diferencias encuentra entre exponer en México y Estados Unidos?
―Cuando expuse en Tijuana se trató de un proyecto de dibujo de gran formato y la temática era dibujar sobre el lugar donde cada participante vivía; yo siempre he proyectado la problemática de los migrantes en la frontera. En el caso de la exposición colectiva de San Diego, me ayudó a conectarme con otros artistas y participar en proyectos con artistas en Santa Ana y Los Ángeles, California. Me tocó exponer en el condado de Orange, con artistas de Los Ángeles sobre cómo ellos miraban la frontera y cómo la miraban los artistas de Baja California; fue muy interesante esa exposición. La mayoría de los artistas chicanos están interesados en hablar y manifestar sus raíces mexicanas en su obra; les gusta pintar lo prehispánico, lo referente a Aztlán [sitio mítico en la cultura azteca] y los personajes de la historia mexicana; eso, por ejemplo, lo pintan en los cofres de sus carros lowrider, en sus autos tumbados [autos antiguos modificados para su exhibición]. Los chicanos siempre tratan de tener sus raíces bien fincadas, ellos siempre quieren decir que son y vienen de México; quieren decirnos que son mexicoamericanos, eso me decían los artistas chicanos de allá. Su problemática es la identidad que siempre tienen que estarla manteniendo. En Los Ángeles hay muchas razas de personas y la identidad siempre está en disputa, es una lucha por estar arriba de otra raza para tener más derechos. Es otra realidad a la que se enfrentan los mexicoamericanos y nosotros, en México, vemos la frontera desde otro punto de vista, la vemos desde nuestro país. Después de exponer en Estados Unidos poco a poco fue creciendo el conocimiento de mi obra y comencé a vender mis trabajos por la temática que siempre he manejado, que es la temática fronteriza.
―¿Quiénes diría que son sus influencias pictóricas?
―Muchos de ellos son los grandes maestros de la pintura como los italianos Miguel Ángel, Botticelli (Florencia, Italia, 1445-Florencia, Italia, 1510), Leonardo Da Vinci (Anchiano, Italia, 1452-Amboise, Francia, 1519). Otros son Jan ver Meer (Delft, Países Bajos, 1632-Delft, Países Bajos, 1675), Rembrandt (Leiden, Países Bajos, 1606-1669, Amsterdam, Países Bajos). Hay muchos, pero no solamente de un género, porque también me gustan los impresionistas y los coloristas. Me gusta mucho como maneja el color Gauguin (París, Francia, 1848- Atuona, Hiva Oa, Polinesia Francesa, 1903), Rufino Tamayo (Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 1899-Ciudad de México, 1991), Claude Monet (París, Francia, 1840-Giverny, Francia, 1926), Degas, de Chagall me gusta uno que otro. De los que son hiperrealistas me gusta Santiago Carbonell (Quito, Ecuador, 1960-) y Rafael Cauduro (Ciudad de México, 1950-Ciudad de México, 2022). De Lautrec me gusta mucho como manejaba el color y los temas que maneja coinciden conmigo. Me gusta mucho el color que maneja Matisse y verás que no tiene nada que ver con mi trabajo (Le Cateau-Cambrésis, Francia, 1869-Niza, Francia, 1954). Del arte abstracto me gusta Manuel Felguérez (Valparaíso, Zacatecas 1920-Ciudad de México, 2022).
―¿Cuál es su rutina de creación pictórica en un día promedio?
―La Casa de la Cultura, finalmente, es mi casa, pero aprovecho para pintar los días que no hay clases porque no soy de los que pinta o dibuja un ratito y se va a su clase, no, yo tengo que tener el día disponible y que nadie me interrumpa para poder trabajar pleno. Tampoco soy de los que funcionan pintando y platicando con alguna visita mientras hacen su trabajo; o te atiendo o pinto, algunos harán las dos cosas, pero yo no. Mientras pinto no tomo alcohol, café ni tequila, solamente tomo agua. Ahora que estuve preparando mi reciente exposición venía a dar clases de nueve a once de la mañana y pintaba hasta las siete y media de la tarde. Ponía la música que me gusta para relajarme y poder trabajar mucho mejor. Me gustan muchos géneros musicales, por ejemplo, las clásicas de la ópera, pero sólo ciertas cantantes y voces de la ópera, tiene que haber ciertas cualidades interpretativas en la voz para que me transmitan, para que me hagan sentir la vibra de lo que están interpretando, para que me posesionen; hay unas voces que son muy técnicas, pero no me transmiten nada.
―La exposición recientemente presentada es: "Antojitos cromáticos de pastel y acuarela", en ella están presentes varias temáticas, incluso, referencias y guiños a los pintores franceses Lautrec y Degas; ¿cuál es el propósito de esta exposición?
―Esta exposición se trata de una primicia en pequeños formatos, pequeños apuntes en acuarela y pastel, más que nada, para ir acentuando mejor la técnica de lo que será una segunda exposición de, solamente, piezas al pastel en un formato mayor. La palabra, antojito quiere decir que son momentos, pequeños bocados de lo que realicé y que me gustó su resultado. Entre las piezas que realicé para la exposición están unas que fueron pensadas en [Henri de Toulouse] Lautrec (Albi, Francia, 1864-Saint-André-du-Bois, Francia, 1901) y que son una referencia a una pintura [Salón de la Rue des Moulins] muy famosa en donde están unas meretrices dialogando en la época del Moulin Rouge [cabaret parisino fundado en 1889]. Está otra pieza que es una referencia a las bailarinas [Bailarinas de azul] de Edgar Degas (París, Francia, 1834-París, Francia, 1917), una de las obras que más conoce la gente y que está relacionada con algunas piezas que también hice con el tema de las chicas contemporáneas que trabajan en los table dance y que es una forma de referenciar frente a lo que Lautrec vio en su época en el Mouline Rouge. Como todos, he ido a ver variedad a los table dance para conocer, pero es un pretexto porque más que estar viendo bailar a las chicas me interesa el entorno, las caras de la gente, sus gestos, sus expresiones; o sea, mirar toda la atmosfera que arropa a los personajes, que era lo que miraba Lautrec, ahí está reflejado en todos sus cuadros y yo me sonrío porque es casi la misma visión que miraba él en su tiempo, en su época y sonrío porque las cosas no han variado, son las mismas, pero en otra época.
―Antojitos cromáticos también presenta una pieza que, por el tema que plasma, no tiene par dentro de la exposición, me refiero a 2020 no se olvida, la cual apunta directamente a la pandemia de COVID-19, ¿por qué esta pieza?
―Al principio de la pandemia no me infecté y curiosamente es cuando más salí a hacer mis pagos al banco; se juntaban unas filas muy largas, pero siempre usé cubre bocas y no me infecté. Después me contagié y me ingresaron al hospital para ponerme oxígeno y darme tratamiento, pero no estuve intubado. Cuando estuve en el hospital no tenía nada, ni hojas ni lápices para hacer apuntes, pero sí se me quedaron grabadas muchas escenas; observe todo el proceso de la vida y la muerte; personas que entraban con vida y salían muertas. Recuerdo el caso de un señor que entró en silla de ruedas y a las tres horas murió. También me tocó ver pacientes a las que les hacían maniobras de resucitación y de repente un aparatito sonaba para indicar que habían muerto. Uno ve en las noticias casos de personas que murieron, pero no vemos cómo se andan moviendo los médicos y enfermeras, cómo es la realidad de los hospitales; todo eso me dejó una huella. 2020 no se olvida es sobre estas vivencias. Más adelante quiero hacer una serie de lo que vi dentro del hospital cuando estuve hospitalizado; imágenes de lo que viví en la pandemia que no sean imágenes tan obvias.
―Finalmente, ¿por qué se convirtió en artista plástico?
―El destino y la inercia me fueron llevando a lo que soy ahora, porque fui metiéndome y conociendo detalles en torno a la creación artística y fui viendo que se trata de situaciones muy apasionantes. Como a los 28 o 30 años supe que esto iba a ser mi modus vivendi, supe que así me iba a ganar la vida, que de pintor iba a ser mi estilo de vida, entonces, por eso empecé a organizar mejor mi trabajo. Cuando he expuesto en ciertas galerías en Estados Unidos me han ayudado a organizar mejor mi trabajo. No he expuesto en Europa, solamente en Santa Ana, Los Ángeles, San Diego y en San Francisco, California. La pintura, también, me ha llevado a conocer gente muy interesante que se dedica al arte o que le gusta el arte, y entre más lejos he salido de Mexicali, por ejemplo, a Estados Unidos, más he conocido a personas que se interesan en mi trabajo y que me cuestionan y cuando les digo qué significan algunas de mis piezas y veo su cara de asombro por lo que le produce mi obra, eso me gusta, es muy interesante.
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